Rosa, Nicolás Guillén y Pablo Neruda

Pablo Neruda (izq.) y Nicolas Guillen en el aula Magna de la Universidad de La Habana en 1960.

Pablo Neruda (izq.) y Nicolas Guillen en el aula Magna de la Universidad de La Habana en 1960.

Por Antonio Conte

Rosa, la mujer del poeta Nicolás Guillén nos visitaba con frecuencia. Era íntima amiga de Vitalia, mi suegra. Rosa fue una mujer hermosa, de joven, y pasados los cincuenta. Elegante, de buenos modales, siempre dispuesta al chiste de buen gusto. Una cubana de las que ya no abundan. Un día le pregunté por el poema “Rosa tú, melancólica”. Se echó a reír.

– Chico, Conte, ¿tú me has visto alguna vez cara de melancólica?

– ¿Entonces?

– Nicolás estaba en Caracas, solo y con sarampión. Escribió ese poema para que fuera a pasarle la mano. Y salí corriendo a consolarlo.

El poema es una joya: El alma vuela y vuela /buscándote a lo lejos, /Rosa tú, melancólica /rosa de mi recuerdo. Un romance heptasílabo. Nicolás dominaba el verso clásico español, lo que le confería a su poesía una sonoridad a toda prueba, incluyendo la llamada “poesía negra”, signada por la magia de nuestro idioma, que le trajo elogios y fama.

Una tarde conversábamos en su oficina, y luego de enseñarme las múltiples ediciones de sus libros, todas cuidadosamente trabajadas por dentro y por fuera, me dijo:

-Ustedes los jóvenes no dominan el metro ni el verso clásico. No es para que se pongan a escribir como Góngora o Quevedo, pero deben conocer los secretos de la lengua en que escriben. Después llegan Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Eluard, Prevert, Valéry y compañía. Y si pueden leerlos en francés, mejor. Las traducciones siempre son engañosas, y terminan influenciados por los traductores. A veces, por estar a la moda se olvidan de los grandes poetas de la lengua, de antes y ahora. No hay ejercicio como el soneto. Petrarca se los diría mejor que yo: ejercicio de brava disciplina lo definió Villena. Y hasta que no sean capaces de escribir un soneto no deben considerarse poetas.

Era una hipérbole. Al otro día regresé a su oficina. Toqué la puerta y entré. Alzó la vista y me dijo que esperara. Cuando terminó de hojear un libro: Poesía escogida de Emilio Ballagas, se levantó. “Era un gran amigo, y sonero como yo. Además, camagüeyano”. Estrechó mi mano y le entregué el papel que llevaba. Leyó en silencio. Y luego, con su voz de trueno aterciopelada, en alta voz. Guillén era un declamador insuperable:

De ella me acuerdo, Nicolás, si llueve /y se me empapa el corazón de frío; /sin ella estoy parado en el vacío, /sin ella estoy muriéndome de nieve. /Qué cosa es nieve, Nicolás, responda /usted que amó en las nieves y en el frío. /Ella se va, mi corazón no es mío, /ella se va donde la nieve ronda. /Qué cosa es nieve, Nicolás, quién sabe /qué cosa es nieve blanca, cosa grave /si alguien se va y el corazón me deja /sin equilibro y solo en el vacío. /¿Cómo vivir, Guillén, con tanto frío /de un amor que se va? /¿Qué me aconseja?

El poema está dedicado a él. Soltó una de sus carcajadas y puso el papel sobre su escritorio. Una semana después publicó el soneto en un boletín interno de la Unión de Escritores que él mismo editaba, y como era tipógrafo, componía los títulos y a veces se sentaba en el linotipo a llenarse los pulmones de plomo.

Dominar el lenguaje

Prueba de su dominio del idioma, aparte de los sones, son sus Elegías. La camagüeyana: Oh Camagüey, /oh suave /comarca de pastores y sombreros, /no puedo hablar, pero me gritan /el perfil de mi padre, /su índice de recuerdo. Luego intercala una décima: Hoy he vuelto tierra mía /a tus calles empedradas /donde de niño, en bandadas /con otros niños corría. /Puñal de melancolía /este que me va a matar, /pues si alcancé a regresar /me siento, desde que vine, /como en la sala de un cine /viendo mi vida pasar. Le siguen las elegías a Jesús Menéndez, Elegía Cubana, Elegía a Jacques Roumain, y a Emmett Till (joven negro norteamericano asesinado por racistas en 1955).

Era un maestro, por su obra y el reconocimiento que le dispensaron grandes poetas de la época en que vivió y coincidieron en la Guerra Civil Española: Machado, Alberti, Lorca, Unamuno, Vallejo, Miguel Hernández, Neruda (amistad que se rompería años después), Jorge Guillén, Manolo Altolaguirre, Vicente Aleixandre, León Felipe. Emilio Prados, Luis Cernuda. Los poetas y escritores caribeños no fueron ajenos a esa amistad. También el poeta y novelita negro norteamericano Langston Hughes fue su amigo.

Nicolás era un libro viviente que le dio la vuelta al mundo, y se le fue la musa cuando escribió Una canción a Stalin, “a quien Changó protege y a quien resguarde Ochún”; cuando todos conocían ya los asesinatos y desmanes de Pepe Bigote.

Una tarde bajó las escaleras (su oficina estaba en el segundo piso de la casona de 17 y H) y algunos poetas esperaban el lanzamiento del libro de la poetisa Tania Díaz Castro, Todos me van a tener que oír. El recital se anunciaba en una tablilla de cristal, con pie de amigo. Guillén se acercó al grupo, y como si estuviera conspirando, dijo, mirando de reojo el anuncio:

– Jóvenes, ¿se imaginan que no venga nadie?

Historia de una infamia

Guillén siguió siendo un poeta de ligas mayores después de 1959, aunque algunos consideraron que su militancia política lo llevó a escribir sobre asuntos que no eran su fuerte. De todos modos escribió algunos libros donde resalta la presencia de un joven corazón, cuando ya había remontado la primera y la segunda juventud. El gran Zoo es un ejemplo. Y ahí siguen vivitos y coleando Motivos de son, West Indies, Ltd., Cantos para soldados y sones para turistas, Songoro Cosongo y otros poemas, Prosa de prisa. No olvidar que Nicolás fue un periodista de primera lìnea, como habìa que ser entonces para sobrevivir, porque el poema no alcanza para llenar calderos.

El rompimiento con Neruda está relatado en el libro testimonial del chileno,Confieso que he vivido. En el capítulo La carta de los cubanos, Neruda rompe definitivamente con los intelectuales de la Isla por lo que consideró una infamia. A raíz de la visita del poeta a Perú, invitado por amigos peruanos, se entrevistó con el Presidente Fernando Belaúnde Terry. Y ahí se formó el titingó. Casi todos los intelectuales y artistas cubanos, encabezados por Roberto Fernández Retamar firmaron una carta condenando a Neruda por su viaje a Perú y su relación con Belaúnde, considerado un tipo nefasto por La Habana. “Me contaron después -escribe el poeta- que los entusiastas redactores, promotores y cazadores de firmas para la famosa carta, fueron los escritores Edmundo Desnoes, Roberto Fernández Retamar y Lisandro Otero. A Desnoes y Otero no recuerdo haberlos leído nunca ni conocido personalmente. A Retamar sí. En La Habana y en París me persiguió asiduamente con su adulación. La verdad es que nunca lo consideré un valor, sino uno más entre los arribistas políticos y literarios de nuestra época”.

El Partido Comunista de Chile, en el que Pablo militaba, consideró que aquella carta contra el poeta se trataba del primer ataque de Cuba a la organización, que no acataba las órdenes de La Habana. Pablo murió el 23 de septiembre de 1973, unos días después del golpe de Augusto Pinochet. Algunos sostienen que fue mandado a asesinar en el hospital donde se encontraba tratándose un cáncer de próstata.

Guillén -que este 10 de julio está cumpliendo su 110 aniversario- no se recuperó de la infamia que se orquestó en Cuba contra uno de los poetas mayores de la lengua española, su amigo Pablo Neruda. Otra tarde bajó de su oficina como una exhalación. Pasó ante el grupo que se encontraba en la puerta. No saludó, pero se escuchó claramente cuando dijo: ¡Esto es una mierda! Nunca explicó a qué se refería, pero imaginamos de qué se trataba. Se dice que en los últimos años de su vida Guillén no fue santo de la devoción de Fidel Castro. Tampoco Haydee Santamaría.

Rosa no era melancólica, pero la música y el alma del poema seguirán navegando por el corazón de los hombres amantes de la poesía que aún andan sueltos. Son pocos, pero son, y seguramente no ven telenovelas ni comerciales para bajar de peso en siete días, ni los bultos de la belleza latina y cuánto premio se inventan cada semana los dueños de las cadenas de televisión para engordar chequeras.

Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva y húmeda,
bajando vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro entonces los ojos,
pero siempre te veo
clavada allí, clavando
tu mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.

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