De la inercia política: ¿Por qué impedir un Consulado cubano en Miami?

Consulado01=displayPor Miguel Fernández Díaz
Sin constar aún solicitud del régimen de La Habana, el gobierno del condado Miami-Dade adelantó ya esta semana una resolución que urge a Washington plantarse -“hasta que exista democracia en Cuba”- con la negativa de abrir un consulado cubano en la zona metropolitana del Gran Miami.
El propio voto a favor del presidente de la comisión, Jean Monestime, puso este ademán festinado en la picota del irracionalismo: “Voy a apoyar la resolución en primer lugar porque realmente no tenemos control” [sobre la eventual apertura del consulado y algún día] tendremos que tomar decisiones duras que nos van a herir a algunos”.
La resolución precoz -aprobada por votación de 9 comisionados contra 3- contrasta con la aletargada complacencia de políticos y funcionarios de Miami-Dade frente a la colonización castrista del condado que, mediante invasiones demográficas a tropel o a cuentagotas, viene marcando el declive del anticastrismo militante.
Lo que el tiempo se llevó
La mayoría de los cubanos en Miami-Dade (más de la mitad de su población, según la edición más reciente de su Perfil Económico y Demográfico) está en otras cosas, como ganarse la vida o mejorarla y ayudar a familiares o amigos en Cuba. Más de 900 mil cubanos en el condado presuponen y materializan relaciones vitales con millones en la isla, las cuales sobrepujan aquellas forjadas por la letanía casi sexagenaria de que Cuba será libre.
El eslogan de que corresponde a los propios cubanos resolver sus problemas debe tener en cuenta que los cubanos prefieren incluso arriesgar la vida por mar o tierra antes que seguir a víctimas de la represión que se autoproclaman como salvadores de la patria. Algunos vienen a Miami a Miami a lanzar o amplificar sus proyectos y luego regresan a Cuba para “continuar enfrentando a la dictadura”, pero sin ir a la cárcel. No puede reprochársele entonces al cubano de a pie que, por instinto racional, se zafa del castrismo yéndose de Cuba y, por predisposición emocional, vuelve al terruño.
Se habla de que la disidencia no tiene arraigo popular dentro de Cuba porque la policía y las turbas paramilitares arrastran por la calle a los disidentes, pero tampoco en Miami-Dade, donde los cubanos dan gracias a Dios por vivir en un país de plena libertad, la disidencia encuentra apoyo popular. Todo el mundo sabe que cada vez se hace más difícil a los líderes opositores de visita en Miami pasar cepillo entre los exiliados y el anticastrismo militante pervive casi exclusivamente por obra y gracia de otros fondos.
Politiquería extemporánea
Tras perder la guerra civil (1960-1966) en menos de una década y no cuajar la oposición pacífica, en el medio siglo posterior, como condigno movimiento de masas, el alegato que el comisionado Esteban Bovo profirió como mensaje a Obama: “Miami-Dade no es un lugar que daría acogida a un consulado hasta que no haya libertad en Cuba”, es mero ademán politiquero, como el anuncio precedente del alcalde de Miami, Tomás Regalado, de que interpondrá demanda judicial contra Washington si autoriza la apertura del consulado.
Luego del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, la integración de los cubanos de ambos lados del Estrecho de la Florida se torna indefectible y descartar un consulado de Cuba en Miami-Dade solo amarga la vida a la mayoría de la comunidad cubanoamericana, que ya ha tenido bastante con el expolio de las agencias intermediarias. Al gobierno de Cuba, que ni se ha tomado el trabajo de pedírselo a Obama, le viene bien abrir sus consulados en otros sitios del Sur de la Florida. De cualquier modo, la gente irá.
Igualmente a destiempo se alega que el consulado en Miami “podría inflamar las pasiones y crear riesgos de seguridad”. Hace una década que Orlando Bosch esculpió la lápida del anticastrismo beligerante: “Hoy en día es difícil encontrar a alguien dispuesto a hacer algo (…) La prueba es que ninguna organización está en eso”. Así mismo hace una década que sobrevino la última reacción anticastrista espontánea y en masa, como consecuencia de la sirimba de Fidel Castro, en julio de 2006. Para desfogar las pasiones y evitar riesgos de seguridad bastaría con habilitar un espacio frente al consulado para los performances de Vigilia Mambisa.
Al mismo tiempo resulta paradójico que sea la Comisión de Miami-Dade la que despliegue estos fuegos artificiales contra un consulado que no se ve venir por ninguna parte (las ciudades de Key West, Tampa, St. Petersburg y hasta San Agustín están en la delantera), cuando el propio gobierno del condado está negociando para acoger en sus terrrenos, que pertenecen, en última instancia, a los contribuyentes locales, una terminal de ferries que uniría a Miami con La Habana en beneficio de los propios residentes a quienes ahora se les niega acercárseles trámites consulares a su vecindario.
Pero las lecciones van cayendo, aunque ningún político las quiera asimilar.
Así como ningún ciudadano del condado compareció ante los comisionados para respaldar la resolución de Bovo, anunciada con antelación por los medios locales, un energúmeno compareció ya frente al Restaurante Versailles para gritar ¡Viva Fidel Castro! Y el espectáculo pasó sin penas ni glorias. Esas son las realidades que, como aseveró Monestime, “nos van a herir a algunos”, pero que tan solo por la inercia de la desesperación pueden soslayarse después que ningún gobierno condal, durante medio siglo, dio la voz de ataja.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS