Arsenio Rodríguez, la oscuridad sonora

Arsenio Rodríguez, la oscuridad sonoraPor ORLANDO GONZÁLEZ ESTEVA

/EN EL CENTENARIO DEL HOMBRE QUE TRASMUTÓ LAS TINIEBLAS EN MÚSICA/

 

Lo que tú llamas sombra es la luz que no ves.
Henri Barbusse

 

La voz elástica de Cuba, La muñequita que canta, El bigote que canta, El flaco de oro, La señora Sentimiento, El guapo de la canción, La novia del filin, El bárbaro del ritmo, La alondra de Cuba, El mago de las teclas, El mago de la flauta, La reina del suspenso, El caballero del tango, La reina del guaguancó, El médico de la salsa, Caballo viejo, La Única, Chocolate, Cachao, Ñico Saquito, Mr. Babalú, Cascarita, Teofilito, Rapindey, Puntillita, El guayabero, Machito y Bola de Nieve son algunos de los sobrenombres que enriquecen la nómina del cancionero popular cubano llenándola de humor y, a veces, de intriga.

El mago de la flauta remonta a Mozart o, mejor aun, al flautista de Hamelín; la muñequita que canta, a Olimpia, la soprano mecánica de Los cuentos de HoffmanMr. Babalú da carta de ciudadanía estadounidense a una deidad yoruba. El médico de la salsa conjuga dos obras: El monte, de Lydia Cabrera, y Cocina al minuto, de Nitza Villapol.

A ellos habría que agregar otros, casi secretos, acuñados por Fina García Marruz en su libro Visitaciones: La dueña de la tarde, El rey pacífico, Las tres Parcas… Imaginar a estas últimas –Nona, Décima y Morta– vestidas de guayabera, armadas de guitarras y maracas, recorriendo la isla, amenizando bailes públicos y fiestas particulares, y ofreciendo serenatas bajo los falsos nombres de Siro, Cueto y Miguel, ensimisma.

Un sobrenombre bien puesto es una cifra, y no hay cifra que no represente, por ser quintaesencia de mucho, un desafío a quien repara en ella y pretende diseccionarla. Quien dice “El bigote que canta” hace con el bigotudo lo que Francisco de Quevedo con Luis de Góngora al esconderlo detrás de su rasgo más prominente: Érase un hombre a una nariz pegado, y da voz y aptitud para la música a un atributo cuyo solo propósito hasta entonces -hablo del animal humano: otros cuelgan de sus bigotes- había sido cubrir el espacio que media entre el labio superior y la base de la nariz del hombre, donde nada sugiere que haya algo digno de ser protegido o velado.

El centenario del nacimiento de Arsenio Rodríguez (31 de agosto de 1911-31 de diciembre de 1971), maestro del tres y compositor cubano cuya labor al frente de su propio conjunto tendría repercusiones importantes en la forma de orquestar e interpretar ciertos géneros de música de la isla, me devolvió al sobrenombre por el que llegó a conocérsele: el ciego maravilloso; sobrenombre que bien pudiera haber compartido con un contemporáneo suyo bastante remoto en todo lo que no fuera el azar cronológico y la causa de la ceguera que ambos padecieron: Jorge Luis Borges. Rodríguez, como Borges, perdería la vista gradualmente después de sufrir un golpe en la cabeza, sólo que en su caso la responsable no sería una ventana, sino el casco de una cabalgadura, y el accidente tendría lugar en la infancia.

La capacidad de maravillar

El sobrenombre asignado al músico, hombre de la raza negra que solía llevar gafas oscuras, llama la atención por razones que sólo acierto a intuir, no a explicarme a cabalidad. Es difícil disociar la palabra maravilla del sentido de la vista. Entre sus parientes están milagro, miramiento y mirador, y entre sus antepasados hay dos que me complace mencionar: mirabilia, voz latina cuyo significado es “cosas maravillosas”, y smei-ro, voz indoeuropea que significa “que hace sonreír”. Maravillarse es ver con admiración y gozo, y ver exige la mediación de la luz, aquello que precisamente se le escamotea al ciego.

Es probable que mi interés en el sobrenombre de Arsenio Rodríguez tenga raíz en la incapacidad física del hombre para maravillarse, si me atengo a la acepción más rigurosa del verbo –aunque a la maravilla pueda tenerse acceso a través de cualquier sentido-, y en la paradójica capacidad del músico para, como una lámpara a oscuras que diera luz, maravillar.

Arsenio Rodríguez, la oscuridad sonora

No menos probable es que el origen de ese interés radique en la tensión que resulta de la proximidad de ambos vocablos, ciego y maravilloso; vocablos que aquí, lejos de excluirse mutuamente, como el día y la noche, parecen reconciliarse y que, por el orden que se les diera, permiten presenciar el instante en que la oscuridad se llena de luz. El poder del adjetivo “maravilloso” es tal que parece devolverle la vista a Rodríguez, abismarlo de claridad. De haberse invertido ese orden y habérsele apodado el maravilloso ciego, se tendría la impresión contraria, la impresión de que la luz se contrae al final de la frase, de que se consume hasta el último rescoldo de sí misma como una estrella muerta, y de que el individuo, rehén de su invidencia, constituye un residuo del caos primordial.

Está claro que la maravilla de Arsenio Rodríguez no dependía de sus ojos ni de los ojos de los demás, porque no apelaba a la vista sino al oído. Pero el sobrenombre cautiva porque tanta oscuridad manifiesta –la de la tez, la de las gafas, la de la pobreza del hogar donde el músico nació y se crió, la de su condición de ciego y, con ella, la de una vida interior privada de imágenes frescas— irradiaba un don capaz de asombrar, es decir, de espantar la sombra que pudiera haber en el ánimo de quienes le escuchaban y, quizás, en su propio ánimo. Borges, ya anciano, suscribía una declaración de G. K. Chesterton: Voy a envejecer para todo. Para el amor. Para la mentira. Pero nunca envejeceré para el asombro. Y es que el asombro tan pronto encuentra causa fuera como dentro de uno, donde el ciego ve mejor que los demás.

Nada más característico del creador que la necesidad de convertir las tinieblas en luz. Ejemplo de ejemplos: el Dios cristiano. Arsenio Rodríguez sintió esa necesidad y se dio a la tarea de transmutar las tinieblas que le rodeaban e invadían en música, uno de los desdoblamientos más sutiles de la luz; luz que no se ve sino que se oye pero que maravilla, es decir, que vence la sombra.

PS.- La fecha de nacimiento de Arsenio Rodríguez en Güira de Macurijes, Matanzas, está en disputa por los historiadores y musicólogos.  En Cuba se recuerda el aniversario el 30 de agosto, aunque especialistas como Radamés Giro y Cristóbal Díaz Ayala fijan la fecha del natalicio el 31 de agosto. En definitiva, se trata de una porfía menor, que nada quita o añade a la celebración del centenario del músico.

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