Boleros prohibidos: La música que somos

El libro Boleros prohibidos o La Habana sin Olga Guillot, del periodista y productor de espectáculos Armando López Salamó, se presenta este sábado en la Feria Internacional del Libro de Miami.

Boleros prohibidos: La música que somos
La Lupe en La Red. Foto: Mario García Joya.

El periodista, historiador y productor de espectáculos Armando López Salamó acaba de entregarnos un libro que no puede leerse sin dejar de sentir un estremecimiento cubano. Es un libro de recorrido por ritmos, cantantes y compositores que exalta la genialidad del talento musical de una nación y a la vez retrata la destrucción de su libertad creativa bajo el empecinamiento totalitario.

Eso es este libro. Es la música que somos.

Boleros prohibidos o La Habana sin Olga Guillot  se presenta este sábado en la Feria Internacional del Libro de Miami y el autor estará en el lanzamiento para hablar con el público.

El libro es un recorrido por las conferencias sobre música cubana que López impartió en las universidades de Columbia y South California, el Instituto Cervantes de New York, la Casa Hispánica de Madrid y Buenos Aires. Comienza con la trompetilla de la guaracha, que no respetaba altares ni jerarquías, habla de los viejos trovadores del nacimiento de la nación,  cuenta de las mil y una rumbas y de los abakúa blancos de la comparsa de El Alacrán. Se mete en las broncas entre Rita Montaner y Bola de Nieve, transita del danzón de Israel López Cachao al mambo de Dámaso Pérez Prado, y llega al hijo de Rey Congo Beny Moré.

Celia Cruz con Johnny Pacheco en escena. Foto: Boleros prohibidos.

CaféFuerte adelanta dos estampas incluidas en el libro sonoro de Armando López, quien amablemente ha accedido a  compartir con nuestros lectores. Están dedicadas al frenesí de La Lupe y al impacto de Celia Cruz en Nueva York de la mano de Johnny Pacheco.

El lanzamiento de Boleros prohibidos será en el Wolfson Campus, MD College, sábado 18 de noviembre, 4:45 pm, edificio 8, piso 5, aula 8525.

LA LUPE: CAÍDA DE UNA DIOSA

La Lupe es Diosa en La Habana, 1960. En New York, nadie. Debuta en un tugurio en The Hell’s Kitchen (La Caldera del Diablo). Pero Watermelon Man, Mongo Santamaría, sabe que la expulsada por el Perturbado en Jefe, vende. La Graba. Lupe se la deja en la uña. Le pare al hermoso Willy García (que le cae a golpes). Juicio. Firma con Tito Puente. Vende 500 mil copias. Desborda el Carnegie Hall, el Madison Square Garden. ¡Es La Reina de la Salsa!

Pero apareció Celia Cruz. El álbum Celia & Johnny, es el más vendido. Sin disquera, Lupe prueba ser actriz en Broadway, protagoniza Dos amantes de Verona. Sale a escena con su macuto de Changó bajo la saya, pero cuando abrió los brazos se le cayó y aquello explotó como una bomba. El públicó soltó una carcajada enorme. La prensa la destruyó: “La Lupe practica magia negra”.

La megaestrella que ganó 50 mil dólares por concierto, compró el palacio de Rodolfo Valentino, sobrevive con ayuda del Seguro Social. Sin maquillaje, graba las melodías de sus éxitos, pero sus letras cantan al que cree su Salvador. En 1988, el filme Mujeres al borde de un ataque de nervios de Almodovar, donde Lupe canta Puro Teatro, conquista España. A su Plan 8, le llegan contratos, que rechaza… Los gays, con velas encendidas, acompañan su ataúd. ¡Comienza la leyenda! A Lupe, valdría la pena preguntarle: ¿Hasta dónde tu vida no fue más que teatralidad? ¿Fueron tus demonios los culpables? Pero Lupe ya no podrá responder… La Lupe: el último grito de rebeldía de la música cubana.

CELIA ERA LA ORQUESTA

Johnny Pacheco habla de la negra con cien mil voltios de potencia.

Carátula del disco Celia & Johnny con la Fania.

Vi a Celia por primera vez, en 1960, con la Sonora Matancera, en el Teatro San Juan, de la 175 y Broadway. Cuando la negra eléctrica salió al escenario con su voz que excedía las trompetas, me pellizcaba, no podía creerlo. Yo era fanático de La Guarachera de Cuba, desde que era muy joven, mejor dicho, desde que éramos… La noche que volví a verla con la Matancera —en The Academy, el teatro de la calle 14, y cantó Caramelo, me dejó con la boca abierta. La Sonora tocó a un ritmo vertiginoso, Celia cantó a una velocidad espantosa, sin comerse una sola fruta del texto de la guaracha, y cada fruta con una gracia, con una expresión distinta: ¡Tenía que grabar a esa mujer insólita!

¿Por qué bautizaste “salsa” a la música que tocabas?

El público se confundía con tantos nombres: que si el son, la guaracha, el guaguancó, y me dije: ‘voy a poner todos los ritmos bajo un mismo techo’, y así nació la salsa. Hacíamos música cubana. Eso sí, le dimos otro color, porque en la Fania había puertorriqueños, dominicanos, cubanos, judíos y hasta descendientes de irlandeses.

¿Te fue difícil contratar a Celia?

Cuando Jerry Masuci la llamó a la oficina que teníamos en la calle 57 con la Séptima Avenida, y la negra (elegantísima) llegó y dijo: ‘qué bonito lugar’, ya estaba resuelta a firmar contrato, porque Celia no tenía pelos en la lengua… Comencé a buscarle nuevos temas, y a escribirle orquestaciones bien naturales, porque en sus grabaciones con Tito Puente no la sentía la Celia de la Sonora. La sentía cohibida, aplastada por tantos instrumentos. Ella era una cantante natural, podía cantar con una lata y un palo. Sonaban un ritmo con una botella y una cuchara, y Celia cantaba. No hacía falta más. Celia era la orquesta.

Grabar con Celia fue un encanto. Decía que sí a todo. Quizá era demasiado buena. Abusaban de ella. En la televisión la tenían horas y horas sentada esperando su turno. Y se encogía de hombros, y exclamaba: ‘bueno, si el horario es así’. Yo le protestaba: ‘que te graben los tres temas que vas a cantar y después que editen’. Pero ella meneaba la cabeza: ‘no, Pacheco, déjalos, que pierden su rutina’.

Celia era así, humilde de nacimiento… y desenfadada. Se dormía dondequiera. La envidiaba. Estábamos esperando para salir a escena, y ella me decía: ‘déjame tirar una pestañita ahí, unos 20 minutos’. A veces íbamos a cenar y yo le hablaba: ‘¿te acuerdas del tema cual o más cual?’, y de momento ella roncando, gggrrrrrrr, y yo hablando solo. Pero eso sí, cuando salía al escenario era como si Pedro la enchufara. Lo que salía a la pista era una negra con cien mil voltios de potencia.

Cuéntame de Celia con Marlon Brando

El apuesto actor de Un tranvía llamado deseo sonaba una tumbadora increíble. Nos subíamos a tocar a la azotea de la calle 45 y la Décima Avenida, en un barrio malísimo que le decían la Cocina del Diablo. Marlon era enfermo a la música cubana. Bailaba como un “salao”, formando lío con su pelo, y hasta se defendía en español.

Una tarde me dijo en cubinglesh: ‘Checo (nunca me dijo Pacheco), hoy sí Celia me va a oír tocar las congas’. Pero tuvo que escaparse, porque una turba quería su autógrafo. Dos años después, en Hollywood, al fin se encontraría con Celia. Marlon le preparó un concierto de tumbadora a la negra. Estaba excitado, como un niño, pero cuando comenzó a tocar, Celia comenzó a roncar. El actor más famoso del cine casi lloraba: ‘soy un tumbador frustrado’.

Y es que Celia tenía sueño viejo, llegaba a la casa para tirarse en la cama. Yo oigo decir de las virtudes cocineras de Celia, y yo no sé cuándo tocó las ollas, porque en ese tiempo que vivía en Queen, comíamos de correcorre, en restaurantes, y haciendo chistes.

Para cada cosa, Celia tenía una respuesta comiquísima. En la escena, cuando inspiraba, le daba la espalda al público, y nos hacía muecas a los músicos, nos moríamos de la risa. Una noche, en México, en una de esas, se le cayeron las pestañas, y le quedaron colgando como una cortina, y músicos y público desgañitados de risa.

¿Disfrutas ser la leyenda de la salsa?

Eso de leyenda me suena a mezcla de famoso y momia. Ahora resulta que me quieren celebrar mis 50 años en la música con los cantantes originales de la Fania, pero hay muchos de ellos que ya cantaron el manisero. Y en Colombia están anunciando mi último concierto: ¿será que piensan pegarme dos balazos?

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