Oficialismo contra reguetón, la batalla perdida

Jóvenes cubanos durante una competencia de reguetón, en el 2006.

Jóvenes cubanos durante una competencia de reguetón, en el 2006.

Por Daniel Benitez

Los encontronazos entre el oficialismo y los artistas representantes del reguetón han escalado nuevamente a la palestra en Cuba tras la agresiva actuación de un grupo de fanáticos, quienes en un hecho insólito exigieron, violencia de por medio, escuchar a sus cantantes preferidos al concluir un concierto por el aniversario 40 de la Nueva Trova en Ciego de Avila.

Este comportamiento deja al descubierto una zona hasta ahora silenciada en los medios de comunicación de la isla: el problema de una educación social e individual cada vez más deteriorada, con sensible pérdida de valores e irrespeto a la diversidad cultural.

Sin mencionar el escándalo ocurrido en el Anfiteatro de Ciego de Avila a comienzos de este mes, el presidente del Instituto Cubano de la Música, Orlando Vistel Columbié, habla hoy en el diario Granma de “ciertos fenómenos que laceran la sensibilidad popular, atentan contra la ética ciudadana y desvirtúan la verdadera imagen de la creación artística”.

Vistel recordó que el gobierno está preparando una “norma jurídica” para regir los usos públicos de la música, y criticó las “actitudes marginales visibles en ciertas zonas de nuestra realidad” y los “intermediarios, falsos promotores y funcionarios administrativos” que no solo conviven, sino lucran con las manifestaciones musicales que él llama “banales” y “chapuceras”.

Alaridos oficiales

Se trata de un nuevo alarido del oficialismo ante una realidad que se les va de las manos. Es de esperar que la ofensiva se recrudezca en lo adelante como parte de la pavimentación del proceso para implantar las nuevas normas legales que planean determinar qué música puede ponerse en las cafeterías, restaurantes y otros espacios públicos.

La batalla contra el reguetón desde los medios oficiales comenzó hace poco más de un año, con críticas dirigidas tanto al contenido de sus canciones como a la difusión de videos, considerados sexualmente “atrevidos”. El problema no es nada simple, porque se trata de un género alternativo que hoy es el preferido entre los jóvenes y no tan jóvenes, y cuyas canciones encabecen los hit parade del gusto popular.

No debería llamar la atención que entre quienes prefieren el contoneo de las caderas y las repetición de estrofas reguetoneras esté la generación de cubanos nacidos después de 1980, a quienes les tocó crecer y desarrollarse en medio de la más profunda crisis económica, social y ética de las últimas cinco décadas, momento en el cual se agudizaron fenómenos como la prostitución a gran escala, el aumento de la corrupción y el deterioro del sistema educacional.

La estética del diente de oro, del bling bling y la gorra de pelotero y gafas oscuras a toda hora se impuso como modo de vida, mientras se olvidaban hábitos de educación formal básica, se dejaban de editar los clásicos, el Ballet Nacional suspendía sus giras por el interior del país y se agudizaba el desconocimiento de figuras fundacionales de la literatura y el arte cubanos.

Porque el problema no está en que las letras del Chupi Chupi se impongan en el gusto de la mayoría -la propia vida ha demostrado que nadie tararea hoy “mami dame más gasolina”, o “chupa pirulí”- sino en cómo otras manifestaciones están en pleno detrimiento y no cuentan con los recursos necesarios para su promoción.

Los sabios de la UNEAC

Mientras el muy sabio y envejecido Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) dedica jornadas a debatir sobre el tema no he visto aún ningún pronunciamiento para apoyar otros géneros con plataformas efectivas y con las iniciativas capaces de hacerlos calar entre los más jóvenes. Mientras se debate en el burocrático Instituto Cubano de la Música sobre cómo poner freno al reguetón, todavía no he escuchado ni leído un planteamiento de cómo van a hacer para destinar de los millones de pesos que cada año ingresan por conceptos impositivos a orquestas, grupos y solistas, los billetes necesarios para que géneros no tan populares encuentren también su espacio.

Nunca voy a olvidar que en Holguín, mi provincia natal, se encuentra la Orquesta Hermanos Avilés, la más antigua agrupación de música popular bailable en activo de América Latina. Sin embargo, esta credencial no le sirve para ganar dinero y aceptación popular, por lo que -bajo regulación oficial- todos los municipios holguineros la tienen que contratar en sus fiestas populares, único modo de lograr que aumenten sus ingresos.

El reguetón y géneros afines tienen ganada la batalla: tienen seguidores que se cuentan por miles, y sus videos y creaciones son filmados y repartidos de manera independiente, la mejor manera de hacer fluir las cosas en un país donde el centralismo, las orientaciones bajadas y la inercia ahogan cualquier empeño.

Ciertamente los creadores de este género han encontrado la brecha para, primeramente grabar, editar en estudios hechos de cartones de huevos y habitaciones particulares, y luego encontrar la difusión apoyándose en mecanismos alternativos, entiéndase “quemando un CD” y propagándolo a través de los almendrones, coches y bicitaxis que circulan en el país, sin contar el dinero que le pagan a los DJs para que coloquen estas canciones como ambientaciones en fiestas y espacios públicos.

Lógica de tatarabuelos

En lugar de asumir al reguetón dentro de las potenciales riquezas musicales, el oficialismo y los críticos culturales le han enfilado sus armas, lo cual lejos de provocar el rechazo popular ha aumentado el nivel de consumo y expectativas de la gente. Tanto es así que hoy muchas bandas se sienten obligadas a incluir temas con acentuadas pautas reguetoneras en su repertorio para lograr difusión masiva o hacer featuring con artistas de reconocida pegada popular.

Lejos de acabarse la polémica, la misma se incrementa en tanto el encartonamiento oficial no asuma el hecho de que el reguetón le tiene ganada la pelea, popular y demográficamente hablando. El temor proviene también de la lógica gerontocrática que apuntala la cultura oficial, que no admite el empuje de un grupo de creadores que se han impuesto jugando las reglas del mercado, desafiando las ataduras establecidas por los tatarabuelos que siguen gobernando el país.

No lo entienden ni lo quieren entender. Para esa élite de poder y sus acólitos es sencillamente imperdonable el desafío de una manifestación que emerge de los fermentos populares y las expectativas sociales de una generación ajena al discurso de los conductores del país por cinco décadas.

La vulgaridad, la desfachatez y la estridencia no cayó del cielo, ni puede hallarse solo en las letras de los reguetoneros. Es también el resultado social de la indigencia política y la herencia totalitaria que padece el país.

Por eso es mejor criticar al reguetón, sus exponentes y sus seguidores en lugar de penetrar en las causas que propician que hijos de jefes, sobrinos de jefes y familia de jefes que antes cantaban al son de Los Van Van  hoy se contonean y enseñan la pelvis -y sabe Dios qué cosa- al ritmo del Micha y Gente de Zona.

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