Enriquito y la pelota: hasta que la muerte los separe

Enriquito y la pelota: hasta que la muerte los separe

Por Raúl Arce

De Cayo Hueso  a Los Sitios, del Parque Trillo a la Plaza de Cuatro Caminos, infinidad de capitalinos saludan por su nombre a Enrique Díaz: el bateador designado del equipo Metropolitanos es una de las figuras emblemáticas en la pelota cubana.

Concebida en 1973 para dar cabida a jugadores de las Grandes Ligas venidos a menos en sus capacidades defensivas, la plaza de toletero de cortesía demoró varios años más en aparecer en el deporte de la isla –funcionaba nuevamente allí el síndrome antiimperialista— y hoy por hoy parece diseñada a la medida de La Bala de Centro Habana, apelativo con el cual bautizaron a Enrique Díaz los narradores de la antológica Radio COCO.

Como en los matrimonios antiguos, esta unión del hombre con la pelota parece haber echado su suerte hasta que la muerte los separe. Marginado una y otra vez de la selección nacional –como antes lo fueron Alexander Ramos, Sergio Quesada y Manuel Benavides,  por citar a algunos-, el cuarentón no ceja en su romance.

Hoy en las Grandes Ligas el bateador designado reniega de sus raíces. Frank   Robinson, Tony Oliva y Orlando Cepeda son algunos de los toleteros que se iniciaron en la tarea hace 38 años. En abril próximo, en cambio, los Rangers de Texas le darán esa tarea a Michael Young, un hombre de 34 primaveras  en plena forma física, y todo porque Adrián Beltré, de nueva incorporación en el equipo, es más eficiente en la tercera almohadilla.

Menos hombres que peinan canas ocupan la plaza, porque los clubes tienen 12 y hasta 13 lanzadores, así que necesitan de seres de dos vías, que bateen, pero que protejan el campo. Así el turno de designado, más que resguardar a un veterano, concede, de semana en semana, algún día de descanso a los defensores regulares.

Pero hay más leña que echar al fuego. Los jugadores de la zona americana se sienten en desventaja cuando juegan como visitantes los partidos interligas, donde pierden al designado y colocan en el cajón a unos tiradores que se sienten particularmente incómodos majagua en mano. Hay voces que claman por unificar la situación, ya sea eliminando la regla de 1973 o aplicándola en los dos circuitos, pero ello tendría que acordarse con la asociación de jugadores y no hay nada en solución a corto plazo.

Con Industriales

Después de pasar varias temporadas a las órdenes de Metropolitanos, el segundo equipo de la capital, la desgracia ajena llevo a Enrique Díaz a las filas de Industriales: Juan Padilla, el titular de la posición e integrante del equipo Cuba, perdía la visión de un ojo a causa de un accidente casero en el año 2000, cuando amarraba un regalo al techo de su auto Lada, el Día de las Madres.

El recio moreno sustituía a su amigo rubio, y en siete temporadas recientes disfrutaba tres veces de las mieles de la victoria, con otros tantos títulos de su equipo. Pero un buen día los técnicos decidieron que ya habían mermado sus facultades, y de vuelta con Metropolitanos Enrique se vio privado del asedio de la prensa, alejado de los estadios repletos.

Pero este hombre no se rinde, y aunque condenado a peregrinar con un equipo sotanero –cada año los jóvenes con favorable rendimiento son permutados hacia Industriales—se mantiene en los terrenos por el puro goce de jugar a la pelota.

Así pasea tranquilamente su veteranía por las calles de Centro Habana, ajeno a los forcejeos del Big Show–y tal vez desconocedor de los salarios que allí se pagan. Ese jovial veterano, que nunca gozó de las simpatías de los funcionarios del béisbol cubano, se ha colocado asombrosamente como el segundo jugador con más hits en las 50 Series Nacionales jugadas allí a partir de 1962 (detrás únicamente del segunda base Antonio Pacheco, un santiaguero que sí tuvo la fortuna de viajar por el mundo con las selecciones nacionales) y es líder en carreras anotadas, bases robadas, triples y partidos jugados.

Salud, Don Enrique. O Enriquito, como lo prefiera, ante usted hay que quitarse el sombrero.

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