Pasaporte al profesionalismo: ¿fin del béisbol en Cuba?

Pasaporte al profesionalismo: ¿fin del béisbol en Cuba?Por Raúl Arce

Peter Bjarkman se lamenta de estar atrapado entre dos fuegos.

Estudioso del béisbol cubano, este sesentón norteamericano fue sorprendido el nueve de noviembre pasado, cuando el periódico Wall Street Journal le dedicó el artículo “Inside Baseball: This Yanqui is Welcome in Cuba’s Locker Room” (Un yanqui bien recibido en los vestidores del la pelota cubana). Ahí lo identifican como visitante de La Habana en un sinfín de ocasiones.

Pero si la prensa de Estados Unidos ve con suspicacia el quehacer de Peter Bjarkman, otros criterios van más allá y califican sus recopilaciones como “un eco de la propaganda del gobierno de La Habana”.

Una semana después de publicado el articulo del Wall Street Journal, Bjarkman recordaba en internet sus discrepancias con aquellos que apuntan al béisbol profesional de los años 40 como la era dorada del deporte en la isla. El historiador opina que los peloteros de aquella etapa tuvieron menos impacto en el universo del béisbol que quienes animaron las Series Nacionales de los últimos 50 años, y que un puñado de “desertores” como Orlando Duque Hernández, Alexei Ramírez y José Ariel Contreras, entre otros, han desbordado en Norteamérica a sus pares  anteriores a 1959.

Bjarkman desató un vendaval por opinar que Aroldis Chapman, el zurdo cubano recientemente incorporado al staff de los Rojos del Cincinnati, fue sobreestimado por la propaganda. Sin embargo, el estudioso se defiende con que  “he ponderado en cambio el talento de otros hombres que se fueron de Cuba, como Maels Rodriguez, quien era de verdad una estrella de la selección nacional, y como Yunieski Maya, quien tiene las armas para imponerse en la MLB”.

Según Bjarkman, los campeonatos cubanos son los únicos que se desarrollan sin la injerencia del Big Show, que poco a poco absorbió a las Ligas Negras (aún aceptando que numerosos jugadores de color se han hecho así millonarios), al béisbol mexicano de igual época, bajo la égida de los Pasquel, a las ligas independientes, y han desmantelado además los torneos de invierno en el Caribe.

No solo de medallas viven los peloteros

El analista  le concede la razón a los cubanos de Miami, que ven en las Series Nacionales, de Pinar del Río a Guantánamo, una cantera enjundiosa para cualquier liga del orbe. Pero al propio tiempo vaticina un panorama desolador para cuando, inevitablemente, los dueños de las Mayores puedan firmar libremente a los cubanos.

Cuando los jugadores de Industriales o Villaclara se vayan en masa al exterior, escribió Bjarkman, las Series Nacionales habrán desaparecido o se jugarán en estadios desolados. Los niños, anticipa, dejarán de visitar el estadio Latinoamericano y tendrán que ver a sus ídolos a distancia, por televisión o internet.

Creo ver el futuro por el mismo telescopio que emplea mi amigo Bjarkman. Pero, desafortunadamente, no sólo de medallas vive el hombre, y en la gran aldea globalizada que se llama planeta Tierra ni siquiera los padres son dueños del destino de sus hijos, ni tienen la potestad para convertirlos en médicos o carpinteros, bailarines u operadores de grúas.

Por ahora, Bjarkman puede estar tranquilo. El parlamento cubano acaba de cerrarle la puerta a las esperanzas de cientos de atletas y millones de aficionados, que discutían en plena calle esa posibilidad. El ministro de Economía y hombre clave de la “nueva estrategia” cubana, Marino Murillo, acaba de afirmar ante los preocupados delegados que “no se está planteando contratar a la ligera atletas de alto rendimiento en el exterior” en los próximos cinco años.

Al menos, por el momento. En la estrecha mentalidad de los dirigentes cubanos sigue sin haber espacio para el realismo, que terminará imponiéndose a los pronósticos de Murillo y a la voluntad de los ancianos jerarcas que todavía trazan los rumbos del país.

Ese béisbol ciento por ciento cubano, del cual me permee por varias décadas, con su magia y sus miserias, con la entrega de sus jugadores y la rigidez de sus dirigentes, podría desvanecerse. O lo que es igual, emigrar a 90 millas o al otro lado del mundo.

Triste realidad, es cierto, pero sería un tributo imprescindible, pagadero a cambio del libre movimiento de nuestros peloteros, para entonces sin un papá que les dicte sus pasos por la vida.

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