De pedestales y víctimas: una estatua para el Che Guevara en Irlanda

Proyecto del monumento al Che en Galway, Irlanda.

Proyecto del monumento al Che en Galway, Irlanda.

Por Martín Guevara*

Me dio un ataque de asma violento porque había mucha humedad y soplaba el viento del mar con fuerza dejándome en los bronquios sal mojada, junto al agua del aire.

Le había dejado mi aparato Ventolin a Ian, nuestro amigo de Dublín, en el castillo de Kilkenny, porque me lo pidió para quitarse el asma matutina que parece atacar con mucha frecuencia a varias personas en la húmeda  Irlanda, y lo usó antes de lavarse los dientes, cuando me lo devolvió su boquilla de plástico azul olía a mil demonios, así que decidí que era una buena ocasión para pasar por generoso, aún me consideraba a tiempo de ganarme algunas Guiness a cambio de mi buen acto. Pero no pudo ser, tomamos esa misma tarde el tren a Galway, nos despedimos de Ian camino de la costa oeste. De modo que el gesto resultó plenamente altruista.

No tuve más remedio que ir al médico, mi mujer hablaba mejor inglés que yo, pero yo era menos tímido para comunicarme así que al final en los viajes siempre terminaba preguntando yo, aunque detrás la tenía como un acicate corrigiéndome cada interjección, cada error gramático, cual mosca testicular.

Hospital -dije y el taxista me entendió sin mayores complicaciones.

Me dijo que si quería me esperaba afuera sin el taxímetro encendido. La verdad es que ya nos habíamos acostumbrado a la amabilidad de la gente en Irlanda y Gran Bretaña, llevábamos unas semanas dando vueltas en tren y ferris por las islas y en varios sitios nos habían llevado en automóvil cuando únicamente habíamos preguntado una dirección, en un pueblo incluso el que nos subió al automóvil nos invitó a tomar unas cervezas a su casa, cosa que declinamos, más por prisa que por decoro, no sin sentirlo verdaderamente en el alma.

Viaje al castillo Lynch

Así que la campechanía de la gente no nos asombraba ni siquiera en la distinguida Londres. Pero sí una singularidad.

En el trayecto al hospital, que resultó ser una pequeña clínica, se desarrolló una charla en la que le contamos que íbamos desde España pero que yo era argentino, y mi mujer le contó que yo tenía ascendientes irlandeses, que eran más exactamente de aquel Condado, entonces él miró por el retrovisor y me dijo:

– Sí, en efecto, esta es la zona de Irlanda en que hay gente con el pelo moreno como usted.

Le expliqué que mi pelo lo más probable es que no fuese herencia de ningún irlandés ya que yo llevaba muchas generaciones de argentino, y ahí, en ese pozo sanguíneo, lo más posible era que hubiese habido de todo. Cuando le dije el apellido, me comentó que esa era una de las veinte tribus de Irlanda, y de las más importantes de esa zona, que me llevaría cuando me hubiesen curado.

Directo al castillo Lynch, que provenía de la voz normanda Lench o de la gaélica O’ Loinsigh. Y que era donde el gobernador de ese mismo apellido había colgado a su hijo hasta la muerte por ladrón, dando además un escarmiento a todos los habitantes de la ciudad. El médico me dio unos medicamentos allí mismo después de atenderme y me recetó otros que me dieron en la farmacia de al lado, gratuitamente al igual que la consulta.

Proezas heroicas del pariente

En agradecimiento a su generosidad, le conté al taxista que aquel antepasado nuestro que era ilustre dentro de la familia, y al cual se le adjudicaban todo tipo de proezas heroicas antibritánicas, había brindado su aporte genético en su descendencia para que surgiese otro familiar mío ilustre, pero este famoso incluso fuera del ámbito familiar, el Che Guevara. A lo que no tuve que agregar nada más, el hombre tenía buena constancia de las raíces irlandesas del personaje americano, y con cara de niño sorprendido me llevó hasta el castillo y no nos permitió pagar  la carrera. Le dí la mano, las gracias y caminé hasta el muro del edificio en una calle peatonal donde sesionaba un banco.

Una calle de Galway.

Una calle de Galway.

Un banco, nada muy diferente de un palacio de gobierno, ni susceptible de adoptar muy distintas medidas con sus hijos díscolos.

Galway acaso es la única ciudad irlandesa donde la gente es sofisticada, donde algunos bares cuentan con mesas que no están pobladas de cervezas Guiness sino de un café, un vino y una vela. Gente estilizada con y sin asma, que camina por su malecón recibiendo el salitre en sus caras. Y es que fue una ciudad muy cosmopolita, incluso Colón estuvo allí antes de pergeñar sus planes para rodear el mundo en busca de la pimienta y el orégano para las chuletas renacentistas.

Ese tenor mundano de la urbe le permitió al tatarabuelo de mi abuelo, salir de allí con rumbo a Cádiz, cuando sintió a los ingleses pisarle los talones, por su actividad nacionalista o por cualquier otra menos épica; da igual, el paso del tiempo y su audacia le habían granjeado el derecho de agenciarse la anécdota que mejor le calzase  a su memoria, y a la salud de nuestra estirpe.

Como cuando visité el pueblo Gebara en Álava, que dije sentado sobre una piedra de un castillo construido bastante tiempo después de que mi pariente abandonase aquellos parajes: ¡Siento una brisa pretérita recorrerme el alma!. Declaré entonces frente al Lynch’s castle que “sentía el recorrido etéreo, extemporáneo del bullir de mi propia sangre en aquellos muros”, solo un rato antes de enterarme de que en realidad mi pariente salió del castillo de Lydican, en Clairegalway, un sitio en el mismo condado pero bastante alejado de aquella ciudad. Regresamos de aquél largo viaje muy contentos y cargados de anécdotas  con cierto charme, más o menos barnizadas.

Esto fue a finales del siglo XX, hoy en 2012 está teniendo lugar una polémica desatada en la misma ciudad del Ventolin gratuito, a raíz de una propuesta para homenajear a la figura de Ernesto Guevara de La Serna, conocido como el Che, con un monumento a construir por el artista de Dublín Jim Fitzpatrick en la zona de Salthill Promenade.

Una estatua en Galway

La idea inicial es promovida por las cancillerías de Argentina y Cuba, y aceptada por el alcalde de la ciudad de Galway, Billy Cameron, quien encontró una fuerte oposición por parte de Ileana Ros-Lehtinen, congresista por el estado de Florida y presidenta del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes. En sus declaraciones, Ros-Lehtinen planteó que este monumento ofendería a las victimas del Che y de toda la revolución, de los exiliados cubanos en Estados Unidos y la memoria de los fallecidos.

Argumentó la legisladora cubanoamericana que la estatua sería una rémora para el turismo y para atraer inversiones extranjeras, a lo que ciertos sectores irlandeses responden con la afirmación contraria, o sea, plantean que semejante celebración llevaría turismo, le daría fama a la ciudad, y que sería un homenaje a las causas de los desfavorecidos por las que el Che luchó y murió.

La polémica está servida.

Debo decir que desde que uso la razón, en la medida en que me fue cedida, jamás se tuvo en cuenta la cantidad de víctimas necesarias para erigir casi todas las estatuas que pueblan parques, plazas y espacios públicos, de guerreros, libertadores, militares, o héroes del mundo entero, a merced de una consideración y de una evaluación de la virtud totalmente parcial.  Incluso vivo en España, un país donde continúa siendo motivo de debate terminar de una vez con todos los monumentos que celebren la triste obra del falangismo y el fascismo, que aún adornan prestigiosos enclaves de pueblos y ciudades.

Pero aún teniendo en cuenta el sospechoso dato de que este fuese el primer caso, en que contar con victimas mortales fuese óbice para permitir el emplazamiento de una celebración plástica, como monumento, estatua ecuestre u otro tipo de escultura en espacio público, pienso que no está del todo desacertada la propuesta de que solo se erijan figuras que sean consensuadas por todos los ciudadanos y por todas las sensibilidades, y acorde a mis cánones del buen gusto agradecería que se abstuviesen de colocar aquellas de personajes que se hubiesen destacado por su agresión a cualquier ser vivo.

Ejercicio de coherencia

Aunque en un principio debiésemos dejar desnudos los sitios públicos infestados de innumerables pedestales de vencedores inmortalizados, o debiésemos revisar desde los ídolos de los cómics con que nuestros hijos y nosotros nos criamos hasta los valores  consensuados como cualidades del héroe.

Encontraría de buen gusto y casi de aplicación obligatoria la propuesta y las razones de la señora Ros-Lehtinen, si previamente o al unísono se procediese a derrumbar todas las efigies que hubiesen provocado algún daño irreparable en vidas, incluidas desde luego las de la antigüedad y quizás con mayor razón, así como toda obra que en su construcción habría causado pérdida de vidas humanas.

De lo contrario, si esto a alguien le pudiese suponer un ejercicio de coherencia demasiado onerosa, mientras tanto creo que lo más atinado -y lo más cercano al ideario democrático- es que cada uno de nosotros en nuestro pleno uso de la libertad, sin coerción alguna decida qué monumentos quiere visitar, qué ídolos desea adorar o admirar, y qué ideologías, religiones, o tendencias desea suscribir.

Por lo demás, desearía por siempre que en Galway se hiciese un cuadro del taxista que nos esperó a la puerta de la clínica durante una hora y luego nos llevó gratis hasta el castillo de Lynch.

Y colgarlo allí mismo, sobre el balcón donde el gobernador ahorcó a su hijo, no para dar escarmiento a los hombres, sino como un nuevo tipo de mensaje sin carácter vinculante.

Darás un aventón al prójimo.

* Sobrino del Che Guevara. Vivió como refugiado en Cuba por 15 años y permaneció en La Habana hasta 1988. Actualmente reside en España y escribe un libro testimonial sobre su experiencia cubana y el peso del mito que rodea a su célebre tío guerrillero.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS